Page 43 - ALL BOYS | HISTORIAS DE MI CLUB
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SI NO TE VEO, SE ME PARA EL CORAZON | Leonel Ventura
Si no te veo, se me para el corazón
de Leonel Ventura
Me levanté como cada mañana de fin de semana a eso de las 10. Un mate compañero, la lec-
tura del diario matutino y la música suave de fondo enmascararon una situación que mirándola
desde afuera parecía ser tranquila. Si hay algo que trato de evitar con todo mí ser, es conver-
tirme en el centro de una situación melodramática que me potencie como la víctima de algo
que pudo haberme sucedido. Mi mujer conocedora como pocas de mis humores evitó hacer un
comentario al respecto y se limitó a un simple saludo de rutina -Buen día.
Todo aparentaba ser una mañana normal, pero aunque trataba de esquivarlo era diferente a
cualquier otra y mi estómago se encargaba de recordármelo a cada rato. Con el correr de los
minutos los retorcijones iban en aumento y mi nerviosismo se hacía cada vez más visible. La
remera me apretaba como si el mate me hubiera engordado 3 talles de golpe, sentía las manos
húmedas y la boca reseca a pesar de haberme tomado casi una pava en 20 minutos. Leía sin
leer, escuchaba sin escuchar y no recuerdo el sabor de un solo mate de los tantos que tomé.
Estaba ido, en otro mundo, tenía la cabeza en un solo lugar, podía mentirle a cualquiera, siem-
pre tuve esa capacidad, pero a mí mismo me era imposible y mi cuerpo me lo hacía saber.
Me sentía mal, culpable, como si le estaría fallando a un gran amor que aunque hayamos tenido
nuestras diferencias, siempre estuvo ahí cuando lo necesité. Era lo mejor, me auto convencía y
aunque la decisión me costó varias sesiones de terapia estaba firme y seguro, era lo mejor, me
volvía a repetir.
Llegó la hora de almorzar, eso me tranquilizó un poco. Por una hora al menos iba a estar dis-
traído, pensando en otra cosa. Aunque mi mujer nunca se destacó por ser una virtuosa en la
cocina, ese día la comida parecía estar hecha por la misma Dolly Irigoyen. Un mecanismo de
defensa que sin dudas mi mente se autogeneraba para mi bienestar.
-Esto está muy rico, lo tenés que hacer más seguido –Le resalté.
-Beto, son fideos con manteca –Me bajó a la realidad.
Miré el reloj, las 12:30. Apenas había pasado media hora, las agujas parecían correr hacia el
otro lado y el tiempo se convertía en mi peor enemigo. Mi corazón parecía latir cada vez más
fuerte, a mi edad y con mis antecedentes cardíacos podría haberme asustado, pero por el
contrario, mi cabeza generó una metáfora que me hizo sonreír: “parece el sonido de un bombo
que marca el ritmo de una tribuna que no deja de alentar y que nace dentro de mí “¿Me estoy
volviendo loco?” pensé para adentro. Atiné a buscar los puchos para encontrar esa bocanada
de humo tranquilizadora y recordé que hace casi 15 años había dejado de fumar. Si, me estoy
volviendo loco, –confirmé. Mi mujer seguía con sus cosas y cada tanto me pegaba una relojea-
da para asegurarse de que estuviera bien. Mis actitudes extrañas estaban generando eso que
quería evitar, transformarme en el centro de atención.
-¿Café? –Preguntó.
-¿Hay crema? –Retruqué.
-Si quedó un poco de anoche, pongo la pava y te preparo –Cerró otra mínima conver-
sación distractora.
Miles de cosas seguían recorriendo mi cabeza de un lado al otro. Me paré y me volví a sentar
unas 35 veces, como si el regazo de la silla estuviera hirviendo de calor. Seguramente estaba
insoportable, pobre mi mujer, pero no lograba darme cuenta. La concentración de la durísima
batalla entre la razón y el corazón que se estaba librando dentro de mí, acaparaban toda mi
atención y energía. Sin dudas era una pelea parejísima que se definiría a último momento en las
tarjetas y con fallo dividido.
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Si no te veo, se me para el corazón
de Leonel Ventura
Me levanté como cada mañana de fin de semana a eso de las 10. Un mate compañero, la lec-
tura del diario matutino y la música suave de fondo enmascararon una situación que mirándola
desde afuera parecía ser tranquila. Si hay algo que trato de evitar con todo mí ser, es conver-
tirme en el centro de una situación melodramática que me potencie como la víctima de algo
que pudo haberme sucedido. Mi mujer conocedora como pocas de mis humores evitó hacer un
comentario al respecto y se limitó a un simple saludo de rutina -Buen día.
Todo aparentaba ser una mañana normal, pero aunque trataba de esquivarlo era diferente a
cualquier otra y mi estómago se encargaba de recordármelo a cada rato. Con el correr de los
minutos los retorcijones iban en aumento y mi nerviosismo se hacía cada vez más visible. La
remera me apretaba como si el mate me hubiera engordado 3 talles de golpe, sentía las manos
húmedas y la boca reseca a pesar de haberme tomado casi una pava en 20 minutos. Leía sin
leer, escuchaba sin escuchar y no recuerdo el sabor de un solo mate de los tantos que tomé.
Estaba ido, en otro mundo, tenía la cabeza en un solo lugar, podía mentirle a cualquiera, siem-
pre tuve esa capacidad, pero a mí mismo me era imposible y mi cuerpo me lo hacía saber.
Me sentía mal, culpable, como si le estaría fallando a un gran amor que aunque hayamos tenido
nuestras diferencias, siempre estuvo ahí cuando lo necesité. Era lo mejor, me auto convencía y
aunque la decisión me costó varias sesiones de terapia estaba firme y seguro, era lo mejor, me
volvía a repetir.
Llegó la hora de almorzar, eso me tranquilizó un poco. Por una hora al menos iba a estar dis-
traído, pensando en otra cosa. Aunque mi mujer nunca se destacó por ser una virtuosa en la
cocina, ese día la comida parecía estar hecha por la misma Dolly Irigoyen. Un mecanismo de
defensa que sin dudas mi mente se autogeneraba para mi bienestar.
-Esto está muy rico, lo tenés que hacer más seguido –Le resalté.
-Beto, son fideos con manteca –Me bajó a la realidad.
Miré el reloj, las 12:30. Apenas había pasado media hora, las agujas parecían correr hacia el
otro lado y el tiempo se convertía en mi peor enemigo. Mi corazón parecía latir cada vez más
fuerte, a mi edad y con mis antecedentes cardíacos podría haberme asustado, pero por el
contrario, mi cabeza generó una metáfora que me hizo sonreír: “parece el sonido de un bombo
que marca el ritmo de una tribuna que no deja de alentar y que nace dentro de mí “¿Me estoy
volviendo loco?” pensé para adentro. Atiné a buscar los puchos para encontrar esa bocanada
de humo tranquilizadora y recordé que hace casi 15 años había dejado de fumar. Si, me estoy
volviendo loco, –confirmé. Mi mujer seguía con sus cosas y cada tanto me pegaba una relojea-
da para asegurarse de que estuviera bien. Mis actitudes extrañas estaban generando eso que
quería evitar, transformarme en el centro de atención.
-¿Café? –Preguntó.
-¿Hay crema? –Retruqué.
-Si quedó un poco de anoche, pongo la pava y te preparo –Cerró otra mínima conver-
sación distractora.
Miles de cosas seguían recorriendo mi cabeza de un lado al otro. Me paré y me volví a sentar
unas 35 veces, como si el regazo de la silla estuviera hirviendo de calor. Seguramente estaba
insoportable, pobre mi mujer, pero no lograba darme cuenta. La concentración de la durísima
batalla entre la razón y el corazón que se estaba librando dentro de mí, acaparaban toda mi
atención y energía. Sin dudas era una pelea parejísima que se definiría a último momento en las
tarjetas y con fallo dividido.
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