Page 39 - ALL BOYS | HISTORIAS DE MI CLUB
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LOS JUVENILES DEL BASQUET | Eduardo Daniel Aguirre
Por que nuestros inocentes amiguitos, un día notaron al retirarse, que justo al lado de la
puerta de salida, sin control alguno, estaba el tablero general de luces de todo el club. Ob-
servaron cuidadosamente, y al no notar vigilancia, abrieron la puerta del mismo y bajaron
todas las llaves que pudieron, dejando totalmente a oscuras partes del club donde prose-
guían las actividades: Por supuesto, la cancha de básquetbol, el buffet cerca de la entrada
(“la confitería del club”), y la cancha de bochas, donde habilidosos señores mayores (otros
no tanto) hacían maravillas con sus hábiles dedos regulando cuidadosamente la fuerza y el
destino de cada lanzamiento de su bocha.
Los chicos, consumada la travesura, huyeron de inmediato, ya que estaban al lado de la puer-
ta, mientras en la oscuridad surgían voces que iban desde el asombro al fastidio, reclamos de
solución, preguntas si era un corte de luz en la zona, y otras variantes.
Los jóvenes ya estaban conveniente lejos y festejando su gracia.
Volvieron, con espacio de días escogidos, a repetir su broma y luego dejaron de hacerla, por-
que podría sospecharse que en los días y horas en que ellos se retiraban de las prácticas, se
producía el acontecimiento con sus consiguientes tinieblas. Y querían evitar sanciones, por
ejemplo, ser expulsados de su amado club, al que querían desde chiquitos, eran socios del
mismo y lo alentaban en cada partido de fútbol, ya sea de locales o de visitantes.
Conformaban un equipo duro y aguerrido, nada notable, siempre terceros o cuartos en su zona,
capaz de ganar difíciles partidos de visitantes y perder como locales ante mediocres equipos
de mitad de tabla, y ganaban o perdían por pocos puntos, 4 o 5, sus partidos de básquet. Los
cuatro eran titulares, junto a un restante jugador llamado Jorge L. B. (luego fallecido muy joven).
Y jugaron unos cuantos partidos en el viejo estadio, y luego vino la mudanza, al predio actual,
y mientras duraba la construcción, les tocó entrenar y jugar bastante tiempo como locales en
Gimnasia y Esgrima de Velez Sarsfield, situado a pocas cuadras de allí.
Siempre, con canchas de baldosas y al aire libre, aunque el club que los acogió estaba en
Primera División y era de mediana importancia.
Y en un partido de visitantes con Ferro, siempre al aire libre, estaban perdiendo por bastante
diferencia, y al entrenador del otro club se le ocurrió hacer entrar a un chiquito de 12 o 13 años,
quien sería muy bueno, pero a los atorrantes de 16 o 17 años se les ocurrió que era una cargada
o cancherada, y se miraron torvamente entre sí y con odio al entrenador del club de Caballito.
Ya por lo contado, se habrán formado la imagen que estos jovencitos no tenían nada de ino-
centes, pero aún asÍ tenían códigos como no pegarle a un pibito tan chico.
Pero para asombro de ellos mismos, en cuanto el chiquito empezó a picar la pelota, se le aba-
lanzó el único bueno, Jorge, quien soportaba golpes y no los devolvía, no se quejaba, etc. y lo
calzó al niño con un tremendo manotazo, foul descalificador, que lo arrojó fuera de la cancha.
Bramido enfurecido del público local, y rápidas miradas entre los cuatro amigos decididos a
resistir cuando vinieran a trompearlos a todos, ya que en las canchas de básquet no hay nada
que separe a los jugadores del resto, salvo una línea pintada.
Y mientras seguían las discusiones y amagos de entrar a la cancha, que pasó: comenza-
ron a caer unas pequeñas, pocas gotas, insignificantes, sobre las baldosas del piso. Ya
dije varias veces que se jugaba al aire libre. Nuestros amigos, rápidos, llamaron al referee
y le mostraban, arrastrando las zapatillas¸ los surcos finitos que dejaban las gotas al ser
movidas, alegando que así no se podía jugar y podrían lastimarse si se resbalaban. El tipo
les decía que se dejaran de joder, que jugaran, que faltaban pocos segundos y no iban a
poder remontar la desventaja. Y mientras seguían los reclamos al árbitro, también seguían
cayendo gotitas. Despacito, pero se seguía mojando la cancha,
Ya en ese entonces tanto el entrenador de All Boys, el delegado, el planillero y todos los de
la delegación estaban muy enojados igualmente con los simpáticos juveniles de esta historia,
sumamente indignados, porque razonablemente entendían que el partido no daba para más y
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Por que nuestros inocentes amiguitos, un día notaron al retirarse, que justo al lado de la
puerta de salida, sin control alguno, estaba el tablero general de luces de todo el club. Ob-
servaron cuidadosamente, y al no notar vigilancia, abrieron la puerta del mismo y bajaron
todas las llaves que pudieron, dejando totalmente a oscuras partes del club donde prose-
guían las actividades: Por supuesto, la cancha de básquetbol, el buffet cerca de la entrada
(“la confitería del club”), y la cancha de bochas, donde habilidosos señores mayores (otros
no tanto) hacían maravillas con sus hábiles dedos regulando cuidadosamente la fuerza y el
destino de cada lanzamiento de su bocha.
Los chicos, consumada la travesura, huyeron de inmediato, ya que estaban al lado de la puer-
ta, mientras en la oscuridad surgían voces que iban desde el asombro al fastidio, reclamos de
solución, preguntas si era un corte de luz en la zona, y otras variantes.
Los jóvenes ya estaban conveniente lejos y festejando su gracia.
Volvieron, con espacio de días escogidos, a repetir su broma y luego dejaron de hacerla, por-
que podría sospecharse que en los días y horas en que ellos se retiraban de las prácticas, se
producía el acontecimiento con sus consiguientes tinieblas. Y querían evitar sanciones, por
ejemplo, ser expulsados de su amado club, al que querían desde chiquitos, eran socios del
mismo y lo alentaban en cada partido de fútbol, ya sea de locales o de visitantes.
Conformaban un equipo duro y aguerrido, nada notable, siempre terceros o cuartos en su zona,
capaz de ganar difíciles partidos de visitantes y perder como locales ante mediocres equipos
de mitad de tabla, y ganaban o perdían por pocos puntos, 4 o 5, sus partidos de básquet. Los
cuatro eran titulares, junto a un restante jugador llamado Jorge L. B. (luego fallecido muy joven).
Y jugaron unos cuantos partidos en el viejo estadio, y luego vino la mudanza, al predio actual,
y mientras duraba la construcción, les tocó entrenar y jugar bastante tiempo como locales en
Gimnasia y Esgrima de Velez Sarsfield, situado a pocas cuadras de allí.
Siempre, con canchas de baldosas y al aire libre, aunque el club que los acogió estaba en
Primera División y era de mediana importancia.
Y en un partido de visitantes con Ferro, siempre al aire libre, estaban perdiendo por bastante
diferencia, y al entrenador del otro club se le ocurrió hacer entrar a un chiquito de 12 o 13 años,
quien sería muy bueno, pero a los atorrantes de 16 o 17 años se les ocurrió que era una cargada
o cancherada, y se miraron torvamente entre sí y con odio al entrenador del club de Caballito.
Ya por lo contado, se habrán formado la imagen que estos jovencitos no tenían nada de ino-
centes, pero aún asÍ tenían códigos como no pegarle a un pibito tan chico.
Pero para asombro de ellos mismos, en cuanto el chiquito empezó a picar la pelota, se le aba-
lanzó el único bueno, Jorge, quien soportaba golpes y no los devolvía, no se quejaba, etc. y lo
calzó al niño con un tremendo manotazo, foul descalificador, que lo arrojó fuera de la cancha.
Bramido enfurecido del público local, y rápidas miradas entre los cuatro amigos decididos a
resistir cuando vinieran a trompearlos a todos, ya que en las canchas de básquet no hay nada
que separe a los jugadores del resto, salvo una línea pintada.
Y mientras seguían las discusiones y amagos de entrar a la cancha, que pasó: comenza-
ron a caer unas pequeñas, pocas gotas, insignificantes, sobre las baldosas del piso. Ya
dije varias veces que se jugaba al aire libre. Nuestros amigos, rápidos, llamaron al referee
y le mostraban, arrastrando las zapatillas¸ los surcos finitos que dejaban las gotas al ser
movidas, alegando que así no se podía jugar y podrían lastimarse si se resbalaban. El tipo
les decía que se dejaran de joder, que jugaran, que faltaban pocos segundos y no iban a
poder remontar la desventaja. Y mientras seguían los reclamos al árbitro, también seguían
cayendo gotitas. Despacito, pero se seguía mojando la cancha,
Ya en ese entonces tanto el entrenador de All Boys, el delegado, el planillero y todos los de
la delegación estaban muy enojados igualmente con los simpáticos juveniles de esta historia,
sumamente indignados, porque razonablemente entendían que el partido no daba para más y
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