Page 38 - ALL BOYS | HISTORIAS DE MI CLUB
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ALL BOYS | HISTORIAS DE MI CLUB
Los juveniles del basquet
de Eduardo Daniel Aguirre
Esta historia se remonta a unos cuantos (muchos) años atrás cuando All Boys tenía su estadio
en la manzana delimitada por Segurola, Elpidio González, Sanabria y Miranda.
En la vieja cancha, el club tenía sus equipos de fútbol profesional, pero además, de fútbol feme-
nino (pionero en ese época), de bochas, de boxeo, de béisbol (pocos lo saben) y de básquet,
en una honrosa tercera división de la entonces Asociación de Buenos Aires, con “la primera” y
los chicos de infantiles y juveniles.
Todos conviviendo en ese estadio de tribunas de hierro y tablones de madera, cancha techada
de bochas y por supuesto, el buffet, donde los viejos socios jugaban a la cartas todas la tardes,
rezongando y peleándose entre ellos, como corresponde, y donde se podían ver por TV los
partidos de fútbol (no muchos tenían televisores en sus casas).
La cancha de básquet, ubicada en el sector cercano al ángulo de Segurola y Elpidio Gonzá-
lez, era descubierta, como todas las de la época, salvo algunos pocos clubes que jugaban
en sus gimnasios cubiertos.
Allí, en las agradables tardes-noches de primavera y otoño, practicaban las tres categorías,
en horarios que comenzaban con los más chicos y terminaban con los más grandes.
Y en invierno había que bancarse el frío, que era frío de veras, corriendo transpirados y
sabiendo que si paraban la ropa húmeda se pondría helada. Bueno, casi todos ellos, los
basquetbolistas de distintas edades, sobrevivieron. Y además, para templar más sus es-
píritus y cuerpos, al terminar se duchaban, aún en las noches en las que Luisito Scurini, el
canchero, “se olvidaba” de prender la caldera.
Gente fuerte y especial. Y algunos de ellos contribuyeron a lograr el ascenso a Primera División.
También especial, era la relación entre los jugadores. Por ejemplo, cuatro de los chicos del
básquet, vivían todos a metros de la esquina de Alcaraz y Bernáldez; lógicamente, eran ami-
gos del barrio y además jugaban en su All Boys. Formaron una camarilla, en la que aceptaban
más o menos a los otros integrantes del plantel. Por su edad, eran “los juveniles”, que luego
y según sus capacidades, serían paulatinamente incorporados por el entrenador Marzoratti a
las prácticas y partidos de la división mayor, para irlos fogueando. No siempre, y alternándolos.
Los juveniles se entrenaban en un horario anterior al que lo hacían los grandes, o sea que cuan-
do ellos regresaban al vestuario común, se cruzaban con los mayores, con saluditos, bromas,
y se quedaban los más chicos dueños del vestuario.
Como graciosos que eran, según su propia calificación, los cuatro juveniles protagonistas del
relato, una vez duchados y cambiados, antes de volver a sus hogares, decidieron “aflojar” las
lámparas que daban luz al vestuario, para que una vez terminada su práctica y regresaran los
jugadores mayores, éstos no pudieran encender la luz pulsando simplemente las teclas, sino
que tuvieran que buscar el origen de la oscuridad (y ajustar nuevamente las lámparas o bom-
billas flojas). Como chiste final, cambiaron de lugar los muebles (bancos, camilla para masajes,
etc.) de modo que éstos tropezaran y se golpearan cuando entraran confiados, presurosos y
transpirados, a ese lugar tan conocido.
Por supuesto, luego hubo represalias de los más grandes (no olvidemos que cuando éstos
llegaban para cambiarse los más chicos estaban entrenando aún), pero eran mayores y más
serios y luego de repetir mutuamente dos o tres veces la broma, la cosa quedó allí.
Pero ya estaba sembrada la semillita. Sobre todo, porque los hechos relatados habían queda-
do como pequeñas maldades que se hacían los jugadores, entre sí, dentro del vestuario. Y allí
quedaba la cosa, ajena al resto del Club.
Por el momento.
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Los juveniles del basquet
de Eduardo Daniel Aguirre
Esta historia se remonta a unos cuantos (muchos) años atrás cuando All Boys tenía su estadio
en la manzana delimitada por Segurola, Elpidio González, Sanabria y Miranda.
En la vieja cancha, el club tenía sus equipos de fútbol profesional, pero además, de fútbol feme-
nino (pionero en ese época), de bochas, de boxeo, de béisbol (pocos lo saben) y de básquet,
en una honrosa tercera división de la entonces Asociación de Buenos Aires, con “la primera” y
los chicos de infantiles y juveniles.
Todos conviviendo en ese estadio de tribunas de hierro y tablones de madera, cancha techada
de bochas y por supuesto, el buffet, donde los viejos socios jugaban a la cartas todas la tardes,
rezongando y peleándose entre ellos, como corresponde, y donde se podían ver por TV los
partidos de fútbol (no muchos tenían televisores en sus casas).
La cancha de básquet, ubicada en el sector cercano al ángulo de Segurola y Elpidio Gonzá-
lez, era descubierta, como todas las de la época, salvo algunos pocos clubes que jugaban
en sus gimnasios cubiertos.
Allí, en las agradables tardes-noches de primavera y otoño, practicaban las tres categorías,
en horarios que comenzaban con los más chicos y terminaban con los más grandes.
Y en invierno había que bancarse el frío, que era frío de veras, corriendo transpirados y
sabiendo que si paraban la ropa húmeda se pondría helada. Bueno, casi todos ellos, los
basquetbolistas de distintas edades, sobrevivieron. Y además, para templar más sus es-
píritus y cuerpos, al terminar se duchaban, aún en las noches en las que Luisito Scurini, el
canchero, “se olvidaba” de prender la caldera.
Gente fuerte y especial. Y algunos de ellos contribuyeron a lograr el ascenso a Primera División.
También especial, era la relación entre los jugadores. Por ejemplo, cuatro de los chicos del
básquet, vivían todos a metros de la esquina de Alcaraz y Bernáldez; lógicamente, eran ami-
gos del barrio y además jugaban en su All Boys. Formaron una camarilla, en la que aceptaban
más o menos a los otros integrantes del plantel. Por su edad, eran “los juveniles”, que luego
y según sus capacidades, serían paulatinamente incorporados por el entrenador Marzoratti a
las prácticas y partidos de la división mayor, para irlos fogueando. No siempre, y alternándolos.
Los juveniles se entrenaban en un horario anterior al que lo hacían los grandes, o sea que cuan-
do ellos regresaban al vestuario común, se cruzaban con los mayores, con saluditos, bromas,
y se quedaban los más chicos dueños del vestuario.
Como graciosos que eran, según su propia calificación, los cuatro juveniles protagonistas del
relato, una vez duchados y cambiados, antes de volver a sus hogares, decidieron “aflojar” las
lámparas que daban luz al vestuario, para que una vez terminada su práctica y regresaran los
jugadores mayores, éstos no pudieran encender la luz pulsando simplemente las teclas, sino
que tuvieran que buscar el origen de la oscuridad (y ajustar nuevamente las lámparas o bom-
billas flojas). Como chiste final, cambiaron de lugar los muebles (bancos, camilla para masajes,
etc.) de modo que éstos tropezaran y se golpearan cuando entraran confiados, presurosos y
transpirados, a ese lugar tan conocido.
Por supuesto, luego hubo represalias de los más grandes (no olvidemos que cuando éstos
llegaban para cambiarse los más chicos estaban entrenando aún), pero eran mayores y más
serios y luego de repetir mutuamente dos o tres veces la broma, la cosa quedó allí.
Pero ya estaba sembrada la semillita. Sobre todo, porque los hechos relatados habían queda-
do como pequeñas maldades que se hacían los jugadores, entre sí, dentro del vestuario. Y allí
quedaba la cosa, ajena al resto del Club.
Por el momento.
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