Page 44 - ALL BOYS | HISTORIAS DE MI CLUB
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ALL BOYS | HISTORIAS DE MI CLUB
Un chillido fuerte interrumpió mis pensamientos.
-Es el silbato del árbitro, deben ser las 3, ¡¡¡empezó el partido!!! –Grité con la misma desespera-
ción e impotencia que Pedro Troglio en el mundial 90 en la cara del árbitro Codesal.
-¿Qué silbato? Son la 1 y 20 Beto –Me centró mi esposa.
Me dio el café y un pequeño recipiente con los retazos de crema de la noche anterior. Rasque-
teé y alcancé a llenar la cuchara. Dejé que la blanca crema cayera sobre el negro café y me
enfoqué en ver como esos dos hermosos colores se fundían el uno con el otro. Es una bandera
del albo, no un café con crema, sobrevoló en mí un pensamiento fanático.
-Mirá Moni, es una señal, el café se transformó en una bandera de All Boys –Deslicé cual niño
llenó de ilusiones y fantasías.
-Estás mal Beto, te estás volviendo loco –Me sentenció.
Lo bueno de su afirmación respecto a mi locura es que me estaba dando la razón y eso me ha-
cía un loco razonable. Yo me estaba volviendo loco, pero lograba darme cuenta que me estaba
volviendo loco. Distinto hubiese sido si no me daría cuenta de lo que ocurría, eso me volvería
un loco más loco aún, un loco sin poder de raciocinio, que locura.
-Si Moni, pero no es de ahora, es una locura que me nació hace 60 años cuando me viejo me
llevó por primera vez a la cancha –Me justifiqué.
-Beto es un tema que ya hablamos. Es tu salud y no es joda –Se puso firme la patrona.
La realidad es que hay una parte del relato que yo obvié porque le resté importancia o porque
no quise tocar el tema ya que me angustia mucho, aunque el núcleo de la historia se centra en
eso. Hace 3 meses, el 5 de mayo, mi humilde y amado club del barrio All Boys, descendió de la
primera división tras 4 gloriosos años en los que se codeó e hizo frente con absoluta dignidad
e hidalguía ante los poderosos y grandes clubes del fútbol argentino. Ese día fue de los peores
que me tocaron afrontar, quizás lo ponga en un escalón más abajo del día en que me tocó ver
partir a mis viejos y aunque parezca una exageración, yo creo que el fútbol es la cosa más im-
portante de las cosas menos importantes de la vida. Estaba en la cancha, sentí el pitido final
de la derrota y la sensación de haber vivido algo que a mi edad y con un futuro apremiante no
se iría a repetir. Podría ver el vaso lleno y sentir el orgullo y la felicidad de haber sido partícipe
de una hazaña que parecía imposible, pero el hincha del fútbol argentino es diferente al resto.
En la cancha, donde 11 se enfrentan contra otros 11 es el único lugar en el que los chicos se le
animan a los grandes y sus hinchas tenemos la sensación de que algo increíble siempre puede
pasar. Cuando el amor por algo, en este caso mi club, es tan puro y profundo y lograste trans-
mitírselo a tus herederos a los cuales ves llorar a tu lado, el dolor se siente realmente en las
entrañas. Un cortejo fúnebre me acompaño hasta mi casa ubicada en Sanabria y Río Colorado.
Nadie hablaba, todos con la cabeza gacha y alguna lágrima que recorría sus mejillas. Por ser
el patriarca de la familia y sentirme en parte responsable de ese dolor que estaban sintiendo
trataba de hacerme fuerte por ellos, pero ese esfuerzo me agotó. Mis hijos no emitieron sonido
en todo el camino, llegamos a la puerta de mi casa, nos fundimos en un abrazo consolador y se
despidieron. Entré y mi mujer me clavó esa mirada que te dice mucho sin decir nada, sabiendo
que cualquier palabra que pudiera emitir no serviría de nada.
-¿Tenés hambre? –Preguntó.
Hice una mueca en señal de responderle que no y me desplomé en el sillón abatido. Una fuer-
te presión en el pecho, debe ser la angustia pensé, pero no, era algo más grave, un bobazo.
En el momento que mi mujer empezó a gritar, un fuerte pitido bloqueó cualquier sonido que
pudiera oír y previo al desmayo sólo recordé una frase que me quedó grabada de cuando era
chico, en donde un señor a mi lado se descompuso en la cancha y otro que estaba con él le
dijo: -“Tranquilo, está bien, vale la pena morirse por All Boys”.
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Un chillido fuerte interrumpió mis pensamientos.
-Es el silbato del árbitro, deben ser las 3, ¡¡¡empezó el partido!!! –Grité con la misma desespera-
ción e impotencia que Pedro Troglio en el mundial 90 en la cara del árbitro Codesal.
-¿Qué silbato? Son la 1 y 20 Beto –Me centró mi esposa.
Me dio el café y un pequeño recipiente con los retazos de crema de la noche anterior. Rasque-
teé y alcancé a llenar la cuchara. Dejé que la blanca crema cayera sobre el negro café y me
enfoqué en ver como esos dos hermosos colores se fundían el uno con el otro. Es una bandera
del albo, no un café con crema, sobrevoló en mí un pensamiento fanático.
-Mirá Moni, es una señal, el café se transformó en una bandera de All Boys –Deslicé cual niño
llenó de ilusiones y fantasías.
-Estás mal Beto, te estás volviendo loco –Me sentenció.
Lo bueno de su afirmación respecto a mi locura es que me estaba dando la razón y eso me ha-
cía un loco razonable. Yo me estaba volviendo loco, pero lograba darme cuenta que me estaba
volviendo loco. Distinto hubiese sido si no me daría cuenta de lo que ocurría, eso me volvería
un loco más loco aún, un loco sin poder de raciocinio, que locura.
-Si Moni, pero no es de ahora, es una locura que me nació hace 60 años cuando me viejo me
llevó por primera vez a la cancha –Me justifiqué.
-Beto es un tema que ya hablamos. Es tu salud y no es joda –Se puso firme la patrona.
La realidad es que hay una parte del relato que yo obvié porque le resté importancia o porque
no quise tocar el tema ya que me angustia mucho, aunque el núcleo de la historia se centra en
eso. Hace 3 meses, el 5 de mayo, mi humilde y amado club del barrio All Boys, descendió de la
primera división tras 4 gloriosos años en los que se codeó e hizo frente con absoluta dignidad
e hidalguía ante los poderosos y grandes clubes del fútbol argentino. Ese día fue de los peores
que me tocaron afrontar, quizás lo ponga en un escalón más abajo del día en que me tocó ver
partir a mis viejos y aunque parezca una exageración, yo creo que el fútbol es la cosa más im-
portante de las cosas menos importantes de la vida. Estaba en la cancha, sentí el pitido final
de la derrota y la sensación de haber vivido algo que a mi edad y con un futuro apremiante no
se iría a repetir. Podría ver el vaso lleno y sentir el orgullo y la felicidad de haber sido partícipe
de una hazaña que parecía imposible, pero el hincha del fútbol argentino es diferente al resto.
En la cancha, donde 11 se enfrentan contra otros 11 es el único lugar en el que los chicos se le
animan a los grandes y sus hinchas tenemos la sensación de que algo increíble siempre puede
pasar. Cuando el amor por algo, en este caso mi club, es tan puro y profundo y lograste trans-
mitírselo a tus herederos a los cuales ves llorar a tu lado, el dolor se siente realmente en las
entrañas. Un cortejo fúnebre me acompaño hasta mi casa ubicada en Sanabria y Río Colorado.
Nadie hablaba, todos con la cabeza gacha y alguna lágrima que recorría sus mejillas. Por ser
el patriarca de la familia y sentirme en parte responsable de ese dolor que estaban sintiendo
trataba de hacerme fuerte por ellos, pero ese esfuerzo me agotó. Mis hijos no emitieron sonido
en todo el camino, llegamos a la puerta de mi casa, nos fundimos en un abrazo consolador y se
despidieron. Entré y mi mujer me clavó esa mirada que te dice mucho sin decir nada, sabiendo
que cualquier palabra que pudiera emitir no serviría de nada.
-¿Tenés hambre? –Preguntó.
Hice una mueca en señal de responderle que no y me desplomé en el sillón abatido. Una fuer-
te presión en el pecho, debe ser la angustia pensé, pero no, era algo más grave, un bobazo.
En el momento que mi mujer empezó a gritar, un fuerte pitido bloqueó cualquier sonido que
pudiera oír y previo al desmayo sólo recordé una frase que me quedó grabada de cuando era
chico, en donde un señor a mi lado se descompuso en la cancha y otro que estaba con él le
dijo: -“Tranquilo, está bien, vale la pena morirse por All Boys”.
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