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Sueños de campeón

de Xavier Ignacio Pérez Adamo

El 2001 no había arrancado de la mejor forma para los hinchas de All Boys; los resultados no se
daban y el camino era cada vez más difícil a medida que pasaban las fechas, el descenso a la
primera “B” era prácticamente un hecho y por las calles de Floresta las caras de tristeza eran
ya parte del paisaje de ese tradicional barrio porteño.

El campeonato estaba terminando y las buenas noticias escaseaban, tanto así que se llego a
la última fecha, allá por mediados de abril, en una definición mano a mano con San Miguel, de
visitante, y con la oreja pendiente de lo que pasara en Victoria. Había que ser un poco hincha
de Tigre también y rogar que el “matador” le ganara a Central Córdoba.

Damián Marcelo había nacido el 25 de abril de 1993, justo un día después de aquel histórico as-
censo del albo en la cancha de Ferro, de ahí sus nombres, que eran los de Timpani y Blanco, los
goleadores en aquella gloriosa tarde. Con sus casi 8 años, ya sabía lo que era el amor que se
siente por la camiseta de su club, su papá y su mamá se habían encargado de transmitirle esta
pasión desde la misma cuna y él ya se sabía todas las canciones que se cantaban en la cancha.

Casi siempre lo llevaban, pero esa tarde, sabiendo que podía ser un partido difícil, habían de-
cidido que solo iría Patricio, su padre, y él se quedaría escuchándolo con su mamá Laura por
la radio. Las noticias que llegaban por la radio no eran las mejores, los rosarinos ganaban en
Victoria, ni un triunfo ante San Miguel podía evitar el triste desenlace. En eso, un gol de Tigre
daba alguna esperanza, pero segundos después era anulado. Ya ni el gol de All Boys, casi so-
bre la hora, era motivo de alegría. El partido se terminaba y, al mismo tiempo, las esperanzas
de lograr una hazaña.

Damián miro a su mamá, que intentaba ocultar sus lágrimas, la abrazó, y mirándola a los ojos
le dijo: “mami, no estés triste, ya vamos a ser campiones de nuevo”, le dio un beso y se fue a
su cuarto, con su camiseta puesta, a jugar con sus juguetes preferidos.

Un par de horas más tarde, Patricio entró a la casa. Su cara era la de un hombre que había
estado llorando, sus ojos se veían tristes y su silencio solo fue interrumpido por un “me voy a
bañar y me tiro un rato, avísame cuando este lista la cena”. Y así fue, sólo se levantó para cenar.

La cena transcurrió en un silencio similar al que se escucha en una biblioteca, hasta la tele-
visión estaba apagada. Damián observaba desconsolado la tristeza de sus padres mientras
pensaba que podría hacer para cambiarla, pero, aún con su corta edad, sabía y entendía
que eso era imposible.

Terminada la cena, y mientras sus padres levantaban las cosas de la mesa, Damián los saludo
con un beso de esos que cierran cicatrices, les dijo los amo, y se fue a su cuarto. Se acostó en
su cama, se abrazo a su camiseta, y apenas atinó a pedirle a “Papá Dios” que lo ayudaran para
poder ver a sus papis un poco menos tristes antes de quedarse dormido.

Lo que Damián no sabía, era que esta vez su sueño iba a ser un sueño de campeón.

Era una tarde de lluvia y mucho frío, pero a su alrededor una multitud de hinchas de All Boys
gritaba emocionada “Otra vez en primera van a ver a Papá”. Él no sabía muy bien que estaba
haciendo ahí ni por qué, era algo extraño, el conocía a esa gente, pero no parecían verlo, como
si él fuera una misteriosa especie de fantasma., además, todos habían crecido, estaban más
grandes, todos menos él y sus padres que estaban ahí tomándolo de la mano caminando hacia
el “Gigante de Arroyito”. Entonces, Damián lo miro a su papá y le dijo:

-¿qué hacemos acá papi? no entiendo.

-Estamos en tu sueño Dami, hoy jugamos la final contra Central y si ganamos vamos a jugar en
primera, contra Boca, contra River, contra todos –contesto su papá.

-¿De verdad papi?” –preguntó con una sonrisa dibujada en su boca que llegaba de una oreja a la otra.

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