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DÍGANME LOCO | Federico Enrique Silberg Fiorenza

Díganme loco

de Federico Enrique Silberg Fiorenza

Diga que soy un loco usted, dígalo nomás que sé que lo piensa. Veo en su mirada lo poco que
me entiende, noto en su expresión que me cree un enfermo por estúpido. Y también se nota
que nunca podrá comprenderlo, por más que lo intente, esto se lleva en la sangre o no es parte
de uno. Sí, se adquiere, pero de chiquito, muy lejos de lo que usted podría imaginarse. ¿Qué me
pregunta usted? ¿Si no me parece ridículo el llanto? ¡Pero claro que no! ¡Si usted viera los cien-
tos de personas que yo conozco por este tipo de llanto, por este tipo de emoción! ¡Trasciende a
la tristeza y a la alegría, trasciende a todo lo imaginable e incluso más! Sí, lo sé, a veces puede
sonar un poco exagerado, ¿pero le digo más? La mayoría de las veces suena a poco.

Dígame loco usted si quiere, le repito, pero me pregunta por qué lloro y le digo que estoy
feliz, feliz por haber ganado y ascendido. Le digo que lloro por haber ganado un partido,
¡por haber ganado, oyó bien! Lloro por un triunfo agónico e inesperado, por el triunfo más
esperado y el que nunca creí lograr. Lloro porque en la última pelota, sin merecerlo, gana-
mos el partido que había que ganar. En Arroyito todos lloramos, eso sí, pero como le digo
esta emoción trasciende a cualquier partido de gran importancia. En el Ducó también llora-
ba, por lo histórico, y lo mismo en el Islas Malvinas como en cualquier cancha donde algo
aflojaba las lágrimas. ¿A qué llamo algo? Bueno, puede haber una palabra más concreta,
pero yo lo llamo : un gol, una jugada, un “aguante” increíble, un amigo en el que
reconocés tu misma expresión, ¡muchas cosas! Pero sí, como le digo, llámeme loco si quie-
re, porque llorar cuando ganamos se me hace fácil.

¿Más loco me cree por llorar cuando perdemos? Pues sepa usted que no lo digo por ofender,
pero siento que una parte suya carece de sentimientos. ¡¿Cómo no hacerlo cuando hace un
momento descendiste, cómo no hacerlo cuando con tanta fuerza llegaste a una merecida se-
mifinal que se diluyó sobre un travesaño en lo que debía ser llanto de alegría?! ¿Cómo no llorar
cuando, lo inesperado del destino, te ha dado vuelta la página? Sí, me escuchó bien usted, un
día piensas que las copas de los grandes son el próximo paso, y luego te encuentras empezan-
do de cero y… desmantelado. Duele decirlo y eso equivale a lágrimas, porque en la cancha lo
vives pero fuera de ella también. Y aunque usted no lo crea, el amor no termina donde se ganó
o se perdió un partido. A veces la pertenencia se lleva en el corazón y, como dije recién, tras-
ciende. A veces, cuando creíste acostumbrarte a lo bueno y al , te encuentras
que la ilusión es como un espejismo o que… el espejo se da vuelta. ¿Cómo dice? Sí, sí, ocurrió
algo por el estilo, pero la enseñanza que quedará es valiosa para el hoy y el mañana. Me siento
un tanto insulso cuando, entre lágrimas, sé que regalé una parte de mi responsabilidad por el
club. Esto lo puede catalogar usted como una pérdida, si así le parece, como la derrota en un
partido clave. Es un partido que perdimos muchos como yo, fuera de la cancha. ¿Y sabe qué?
Puede haber solución, estoy seguro que la habrá, pero tendrá que servirnos de cara al futuro.

¡Y vuelve a llamarme loco! ¡Me llama loco por llorar de emoción cuando para usted un empate
significa mediocridad! Vuelvo a reírme de usted, disculpe, pero no sabe nada: si hubiera estado
en el Libertadores de América sabría lo que vale un empate de ese peso emotivo. Si hubiera
sufrido lo que tantos como yo sentimos al perecer la pequeña diferencia de cara al Rosariazo, si
hubiera sentido el dolor de la injusticia en Caballito y la Fortaleza Granate allá por las cercanías
del 2000, entendería lo que cuesta al sentimiento. De haber advertido el cabezazo del Pato en
la última pelota contra los , de haber visto esos dos tiros libres cuando ya nada
hacía posible algo así… y lo fue. El empate también puede ser llanto, también puede ser emo-
ción. Sí, sé que soy loco para usted, pero hay miradas que me reconocen tanto como yo a ellas.

Caso aparte dejo para el partido más especial. ¿En serio insiste con que no me lo cree? ¿Sabe
usted el valor de los clásicos de barrio, de aquellos en los que el corazón vale más que cual-

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