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de admiración. Si bien se notaba que eran meras máquinas, el parecido con los seres humanos
era realmente notable en todo menos en los rostros, que se asemejaban más a los de Termi-
nator, ojos rojos incluidos, lo que hizo que el público sintiera un rechazo instintivo, aunque por
cortesía y respeto, también fueron muy aplaudidos.

En esos momentos surgieron de distintos puntos del estadio varios helicópteros pequeñísimos,
apenas del tamaño de un ratón, que surcaban el aire a unas velocidades increíbles. Tras dar
varias vueltas, las pantallas gigantes que habían sido colocadas por los japoneses en lugares
estratégicos, comenzaron a transmitir diversas imágenes en directo que eran captadas por los
heli-drones y tenían unan nitidez impresionante.

Los árbitros serían uno local y el otro japonés. Antes de comenzar el primer tiempo, se tiró una
moneda al aire y al argentino le tocó arbitrarlo como juez principal, mientras que el nipón sería
el secundario y en el segundo tiempo se cambiarían los roles. Luego se procedió al sorteo de la
dirección de ataque (que correspondió a los HT) y del primer saque (para los RT).

En cuanto sonó el pitido del juez, los robots comenzaron a moverse de manera sistemática,
organizada y eficaz. Si bien resultaba impresionante verlos jugar por la precisión de los pases,
las fintas y el dominio que ejercían sobre la pelota, no conseguían anotar ningún gol.

Los HT corrían de un lado al otro tratando de marcar a los robots y de quitarles la pelota, pero
salvo por un error de cálculo de alguna máquina parecía una tarea imposible. De pronto, se
prendió una pequeña lucecita en el balón (que habían traído los japoneses), algo que pasó des-
apercibido para casi todos los presentes, excepto para uno de los ayudantes de los HT y para
el “técnico” japonesito, que era quien la había activado.

Desde ese momento las ilusiones de los HT de meter un gol parecían haberse esfumado. Los
RT resultaban imparables y a los 17 minutos de juego, tras haber demostrado las mil formas
de hacer pases efectivos y concretos, el número “Pi” (otra de las condiciones niponas era que
ellos jugaban con letras griegas en sus camisetas en vez de números) logró encajar el primer
gol.

Fue una jugada espectacular: tras varios toques, incluidos dos cambios de frente, el robot
pateó el balón con un ángulo increíble que hizo que tras elevarse dando la sensación de que
chocaría contra la Luna, terminase haciendo una parábola que coló la pelota por debajo del
ángulo superior derecho del arco, casi rozando el travesaño, allí donde duermen las arañas. El
grito de gol de los jugadores (transmitido por los drones) sonó demasiado mecánico y no gustó
a nadie más que a los japoneses y al puñado de frikis que se pusieron a saltar y a dar alaridos.

Al culminar el primer tiempo, el tanteador estaba 2 – 0 a favor de los visitantes y los HT sentían
el rigor de jugar contra máquinas inalcanzables. Se sentaron en el vestuario, cansados y algo
desmoralizados por el resultado parcial y por la eficiencia de aquellos malditos robots.

Así los encontró Juancito cuando fue a comentarles el detalle de la lucecita que él había visto
encenderse y de la sonrisa de malicia que notó en el japonesito del computador central. ¿No
será un localizador? Eso no estaba en los planes propuestos dijeron todos a coro. Entonces,
uno de ellos se levantó y con una sonrisa algo malévola les sugirió que ya que los nipones
habían introducido nuevos parámetros, ellos harían lo mismo. Y añadió: del saque inicial me
encargo yo. Y vamos a ganarles a estas latas, sea como sea.

En cuanto volvieron a la superficie de juego, a los HT se los veía diferentes: sonrientes, ani-
mados y cuchicheando entre ellos. Los RT se mantenían impasibles, como si fueran robots
japoneses. El público notó el cambio de ánimo en los jugadores albos y comenzó a alentarlos.

De la patada que le dio el delantero del HT a la pelota, ésta explotó, pero siguió elevándose
hasta caer en el suelo echando humo. La imagen de la bola de fuego surcando el aire del esta-
dio encendió a los aficionados. Mientras los espectadores abucheaban a los RT, los japoneses

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