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torneos como pelos tiene en la cabeza.
-Cevasco –le dice– Araña.
Tomás presiente lo que se viene; Ricardo seguramente reconozca a su abuelo.
-¡Qué grande! Cevasco. La Araña vuelve a Floresta, el dueño del milagro del 44 –Ricardo toma
las manos del viejo– Me alegro mucho de volverlo a ver ¿En el club saben que vino a la cancha?
-No –contesta Don Cevasco con la calma de un cocodrilo– Hace siete años que no vengo.
-Hoy se levantó y me dijo que quería venir a la cancha –cuenta Tomás con la astucia de un
cronista.
Ricardo le dirige la mirada al joven. Le toma un hombro y dice:
-Me alegro mucho. Hoy es un gran día. Nos vemos adentro. Hasta luego, Araña.
En ese momento, un señor que se encarga de hacer entrar en orden a los hinchas divisa la pre-
sencia del viejo en la silla de ruedas y le hace señas para que se acerquen a la valla de entrada
y los hace pasar. Los guía hacia el interior del club y, como en la historia de Dante, los pasea
por los infernales círculos internos del club hasta desembocar en los vestuarios.
–Bienvenido, Araña –le dice mientras caminan– Esta es su casa. Por favor pasen por acá.
Y les abre compuerta imaginaria del templo.
Mientras tanto, en las tribunas, todos están expectante por un nuevo partido de un All boys que
es animador excluyente del campeonato de primera B metropolitana. Las plateas colmadas y
las populares llenas alientan con bombos y banderas. Algunos cuelgan sus trapos en los alam-
brados. El hombre del carrito de asistencia para los lesionados reza frente a la virgen. El estadio
está colmado como en viejas épocas de grandes hazañas.
Don Cevasco entra al campo de juego, su nieto sigue firme detrás la silla, en las tribunas todo
es inesperado. El viejo está emocionado, no puede disimular la sonrisa que se le dibuja en el
rostro al ver que los alcanza pelotas están alineados haciendo una fila para marcar su paso.
Pronto, como una mecha que se enciende, la información sobre la presencia de Cevasco en
la cancha y lo que él representa, corre por toda la tribuna. Mientras en la cancha misma, Don
Cevasco es llevado en manos de su nieto hacia el centro del campo de juego. El nieto frena
aquel recorrido y la voltea en dirección a la tribuna local. La gente explota cantando su nombre.
El Histórico DT se le acerca y le entrega ceremonioso una pelota, que Don Cevasco toma con
amor y se la coloca en el regazo. Mira toda la tribuna con ojos acuosos. La imagen se impregna
en su retina. Después de siete años. Después de siete años, vuelve a vibrar.
Un flash que estalla. Esa imagen que se fija nueva como foto sobre el espejo de la peluque-
ría de siempre.

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