Page 21 - ALL BOYS | HISTORIAS DE MI CLUB
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EL GRAN ESPEJO | Pablo Desimoni

reflejo replicado mil veces en el piso y se agarró la cabeza. Salió del taller aturdido, con deseos
de muerte. De su propia muerte. Dio vueltas en círculos por el pequeño jardín delantero de la
casa. Una niña de no más de 6 años se paró frente a la reja y le dijo:
-¿Qué busca?
Don Cevasco la miró con la cara torcida y una mueca en la boca. Recobró la respiración. Era
sólo una niña sin culpa del descenso.
-Nada, nena. Andá con tu mamá. No pasa nada.
Tenía que tranquilizarse. Se tomó con las palmas de la mano toda la cara. Siete años de mala
suerte era mucho tiempo. Mucho. Se destapó la cara, respiró hondo y se mantuvo erguido
como un mástil frente a la reja. Se puso a mirar la calle. A los pocos minutos, escuchó acercarse
la voz de su nieto. Una voz amarga, venía de la cancha.
-Dejate de joder, ¡no podés jugar así! ¡No podés!
El viejo sonrió al escuchar la frase de su nieto, él también sabía lo que era ser de All Boys. A los
segundos, su nieto y otro chico de su misma edad, un amigo del barrio, aparecían en el campo
visual de Don Cevasco. El amigo lo tomó con otra filosofía, el fútbol para él era recreación.
-El lunes dejo el pucho y me presento para jugar –dice el amigo mientras pitaba por última vez
el cigarrillo– También debería bajar la panza y no comer tanta mierda. y como si fuera la reflexión
más dichosa y divertida del universo entero, se echa a reír como un sapo.
El nieto miró en dirección al jardín y vio a su abuelo tomándose de la reja. Le dedicó un saludo
con la cabeza y devolvió la mirada al piso. Cuando estaba decidido a despachar a su amigo,
éste le preguntó:
-¿Vamos a ver a los pibes después? Yo voy a casa, me baño y salgo para allá.
Tomás, el nieto, miró en dirección a la vereda de enfrente, como buscando la respuesta por
allí. Finalmente, llevó los ojos pardos a los ojos saltones de su amigo y negó con la cabeza, sin
entusiasmo.
-Dale, Tomás, rescatate.
-No, no tengo ganas. –Saludó a su amigo y se metió en la casa.
Don Cevasco despidió con un gesto de la cabeza al amigo de su nieto mientras pensaba: “mi
nieto sabe lo que es ser de All Boys”. Al rato, salió Tomás nuevamente con la bandera del club
en la mano. Don Cevasco al sentir la presencia de su nieto se voltea. Quedaron enfrentados
unos segundos, la desilusión en los ojos de Tomás eran apabullante. Y si supiera lo del espejo,
si supiera lo que va a venir.
Tomás arrojó la bandera a los pies de su abuelo y entró definitivamente a la casa.

Don Cevasco aprieta con fuerza la bandera de All Boys que rodea su cuello. Tuerce la cabeza
buscando encontrar la mirada de su nieto. Piensa que no recuerda cuándo fue la última vez que
se sintió tan fervoroso. Cada segundo que deja atrás, es como la piel que muda una serpiente.
Atraviesan la plaza Monte Castro. Por los alrededores del predio público, se movilizan los hin-
chas, algunos dispersos, otros en conjunto, pero todos rumbean para el mismo lado. La plaza
es una postal móvil. Un serpenteo blanco y negro. Frente a la plaza, en diagonal, se esgrimen
las tribunas del estadio. La gente se empieza a agolpar frente a las puertas de acceso buscan-
do filtrase cuanto antes al interior, al lugar de la fiesta. Tomás enfila con la silla de ruedas hacia
el lugar de las boleterías. Los hinchas ingresan masivamente. Pronto, el canto de todas las
gargantas arman el tono que distingue a las tribunas.
Un señor de edad madura entorna los ojos para divisar mejor lo que ve. Poco a poco, pero con
paso firme, se acerca a Tomas y Don Cevasco. Se le cuela al lado. El viejo, desde su posición en
la silla levanta la mirada ante la presencia del señor. Es Ricardo, un hincha que vio pasar tantos

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