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nosotros no fue necesario tanto sufrimiento. Vieytes y Campodónico en el primer tiempo nos
dieron algo de tranquilidad. Pero nunca se puede estar relajado en un partido así, los centros
en nuestra área caían tanto como las gotas de lluvia. Pero los centrales y Nico Cambiasso fue-
ron tres gladiadores esa tarde y todo lo que volaba por Rosario lo mandan lejos, bien lejos. A
los 20 minutos del segundo tiempo llegó la calma, el derechazo fulminante del tano Vella fue el
bálsamo que necesitaba mi corazón. Precisé ver como se movió la red para desplomarme en el
piso. No recuerdo exactamente qué paso. Me fui del mundo, pensé en mil cosas en unos pocos
segundos: en las veces que fui a la cancha con mi viejo, en el descenso nueve años antes, en
toda la gente que nunca lo vimos en Primera, en mi hermana que seguramente ahora iba a ser
fanática de All Boys. Y cuando pensé en mi mamá se me vino a la cabeza el beso que me da
cuando voy a la cancha acompañado de un “cuidate”. Eso. “Cuidate”.
Pero al instante pensé en mi abuelo. Sinceramente, no se me vino su imagen a la cabeza, no la
tengo muy presente. Pero si su forma de ser, que en ese momento vendría a ser la mía. Si bien
la “venganza” más justa seria ver campeón del mundo a la selección, en ese momento creí que
estaba torciendo el destino.
A los pocos minutos reaccioné de ese magnífico éxtasis al percibir la humedad de las lágrimas
en mi cara, y sentí que estaba llorando como un nene al que le roban la pelota en el colegio. O
tal vez como un hombre que cumple un sueño, que no solo es ver a su equipo en lo más alto
de su historia, sino que es ver como una historia familiar cierra su círculo 11.659 días después.

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