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ALL BOYS | HISTORIAS DE MI CLUB

11.659 días después

de Juan Ignacio Agosta

Qué ingenuo el despertador que sonó esa mañana. No se dio cuenta que no pegué un ojo en
toda la noche. Pero a diferencia de otras veces. Ese fue un insomnio feliz. Había llegado el día
que espere 21 años, toda mi vida. ¿Cómo iba a dormir esa noche? Si varias veces no dormí por
exámenes, noche con amigos o con mi novia. Para un hombre, esto era una causa justa.

Era 23 de mayo de 2010, pero esta historia empezó 32 años antes. Y si bien yo no había nacido
sería uno de los dos protagonistas. El otro era mi abuelo. Si me preguntan cómo era él, no sa-
bría darles ninguna característica física. Nunca vi muchas fotos de él, tal vez porque a mi mamá
no le haga bien tener fotos de su papá por la casa. No lo sé. Pero si tendría que describirlo con
una sola palabra diría “fanático”.

La genética y sus científicos que estudian cosas que no termino de entender, con esta historia
se llevan un puntito. Sino cómo es posible que alguien se parezca a otra persona si nunca lo
vio, si encima nació 11 años después que el otro haya fallecido. Y no me refiero al parecido
físico, sino a las actitudes a gestos, especialmente a la pasión. Ya me cansé de escuchar a mi
vieja decirme “¡la puta, sos igual a tu abuelo!”, cuando me pongo el buzo adentro del pantalón,
o las ojotas con medias, pero la frase salió más veces de la boca de mi mamá cuando me ve
mirando un partido de futbol.

Ese domingo de mayo teníamos una cita con la gloria. Habíamos empatado en Floresta 1 a 1
y teníamos que ir a Rosario con la única opción de ganar si queríamos ascender. Decidimos ir
temprano para almorzar algo por el rio. Si bien los hinchas de All Boys somos mi papá y yo, a
él le pareció mejor tomarlo como una salida familiar, por eso se nos sumaron mi hermana que
cada tanto (más que nada de local) nos acompañaba a la cancha y mi mamá que vino dos parti-
dos, dos 0 a 0 embolantes, y luego de cada uno de ellos prometió no ir nunca más a la cancha.

La idea de combinar el partido con un viaje familiar al principio me pareció que era un gran
plan, pero ni bien salimos a la autopista me arrepentí. El optimismo y la tranquilidad de ellos se
contraponían con mis nervios.

A los 15 minutos de viaje se largó a llover y no sé porque creí que era un indicio de una derrota
catastrófica. Tal vez porque la lluvia sea una metáfora de lágrimas. Una vez que almorzamos
asado en una parrilla a orillas del Paraná, emprendimos viaje hacia Arroyito. Mi cábala todavía
no había sido puesta a prueba pero ya dio sus frutos: ponerme esa remera negra, que use todo
el campeonato en lugar de la camiseta de All Boys, nos evitó inconvenientes con los miles y
miles de hinchas de Central que nos cruzamos.

Una vez llegados al estadio, nos sentamos en la tribuna que da enfrente al Río Paraná. No había
mucha gente aún, faltaba una hora y media para el pitazo inicial. Me pareció una eternidad esa
espera. Tuve tiempo de pensar en todo: en lo que le costó al equipo de Pepe llegar hasta ahí,
en la remontada de la segunda mitad del año, en el agónico gol contra Tiro Federal que nos
permitió jugar la promoción, en el gol que nos anularon injustamente en la semana en el partido
de ida. Pero lo que realmente me dio esperanzas fue otra cosa…

Dije que esta historia empezó 32 años antes. Exactamente el 21 de junio de 1978. Por primera
vez Argentina organizaba un mundial y los ojos de todo el mundo futbolero estaban puestos
acá. Se habló y aún se habla mucho de la utilización del evento deportivo por parte de las auto-
ridades de facto con la intención de distraer la atención de los argentinos mientras se cometían
atrocidades en nombre de la patria. Pero la pasión es la pasión. Y ese día Brasil le había ganado
3 a 1 a Polonia y la selección de Menotti tenía que ganarle por 4 goles de diferencia a Perú para
llegar a la final contra Holanda.

Ese miércoles estaban mis abuelos, mi mamá y mis tías en su casa viendo el partido. Si uno les

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