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El rope

de Mario Katz

Era simple, sencillo. Como casi todos los pibes del barrio. Se llamaba Horacio, medía un
metro ochenta y pesaba cerca de 90 kilos. Con eso hubiese bastado para llamarlo Ropero;
pero era de Floresta y vivía a metros de la canchita de Banderín. No le estaba permitido ser
un perro jugando al fútbol.
Estaba cantado. Perro más Ropero ¿Qué otra que Rope?
Don Francisco había llegado desde Italia a fines de los cuarenta. Se instaló en el barrio,
donde levantó un corralón de materiales que era todo su orgullo. El Rope pasaba todo el día
en el corralón. Lo disfrutaba con una intensidad solo comparable con la bronca que le daba
ir a la escuela y la ansiedad con la que esperaba el sábado para ir a ver a All Boys. Juntos,
recorrimos casi todas las canchas de la Be. Recuerdo una ocasión en la que fuimos a la de
Dock Sud, en la Isla Maciel. Para salir había que pasar por un lugar estrecho, que tenía me-
nos de un metro de ancho. De un lado, el alambrado, del otro la tribuna local. Pasábamos
de a uno, en fila. Nos estábamos yendo cuando nos tiraron un vaso de cartón que contenía
un líquido dudoso. Le dio de lleno en la cabeza; se armó una batahola infernal. Terminamos
todos en la comisaría, con nuestros padres sacándonos el domingo a la mañana. Don Fran-
cisco recuperó el camión un par de días después por no sé que papel que faltaba.
¡El camión del corralón! Otra de las desmesuras del Rope. Era un sobreviviente de la segunda
guerra mundial. Tenía sus años, pero nunca nos dejó. Sería imposible hablar de aquellos tiem-
pos sin dedicarle un capítulo al Leyland.
También había una tía. María era la hermana menor de Don Francisco. Teníamos casi la misma
edad y la opinión unánime era que estaba más que buena.
La vida del Rope transcurría entre el corralón, el camión y All Boys. Fuera de eso no había mu-
cho más. Salvo alguna que otra fantasía con su tía...
La colimba le puso un paréntesis a nuestras vidas. Cuando quedó atrás, nos llegó el tiempo de
comenzar a asumir compromisos con el futuro. Él no tenía ese problema. Lo tenía todo claro
desde siempre. El corralón, el camión y All Boys.
Habían pasado un par de años del fallecimiento de la madre cuando enfermó Don Francisco.
María y el Rope quedaron a cargo del corralón. “Cuidá a tu tía”, llegó a decirle Don Francisco
poco antes de morir.
Dejé atrás Jonte; caminaba distraído por Segurola cuando desde un Mercedes Axor rojo, nue-
vo, reluciente, el Rope me saludó a los gritos. ¿Te gusta? ¡Me lo compró mi tía!. Sorprendido
como estaba, apenas alcancé a ver el escudo de All Boys en una de las puertas y la frase “Fiera
venganza la del tiempo” en la parte de atrás de la caja.

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